sábado, 10 de abril de 2010

GIL DE SILOÉ


Gil de Siloé es una de las máximas figuras de la escultura hispánica, y europea por extensión, del siglo XV, cuando las formas del gótico postrero, hibridadas por las del arte mudéjar y las influencias flamencas de tipo flamígero, dieron origen al estilo gótico isabelino, exclusivo de España, del que Gil de Siloé es representante emblemático.
Los nombres por los que es conocido evidencian la confusión que rodea su origen. En algunos documentos se le cita como Gil de Emberres (Amberes), por lo que se cree fuera originario de Flandes en otros como Gil de Urlianes, por lo que podría venir de Orleans.El nombre que habitualmente se repite en los documentos es el de Maestre Gil; sólo en algún momento muy concreto se añade la palabra Siloe,y aplicada sobre todo a su hijo Diego. Para algunos era Abraham de Nürenberg a quien trajo a España Alonso de Cartagena, para otros en cambio provenía del mundo de los conversos. “En definitiva, estamos ante alguien venido de fuera con un bagage de formación nórdica, donde acusa lo flamenco, aunque en parte tampoco le es ajeno lo germano”  y aún esto es para algunos discutible, pues imaginan podría ser burgales hijo de algún oficial que acompañó a Juan de Colonia cuando se asentó en la ciudad.
Desconocemos cómo apareció en Burgos, y cómo enlazó con la familia Colonia; si fue por parentesco, por misma nacionalidad ó por afinidad artística. El hecho es que Juan y Simón de Colonia,-los dos grandes arquitectos de las postrimerías del gótico-, y,-el gran imaginero-, Gil de Siloe vivieron unidos en permanente colaboración.
Desarrolló su actividad en Castilla y más concretamente en la ciudad de Burgos y sus alrededores. Está documentado entre los años 1470 y 1501 fecha probable de su fallecimiento en la capital castellana. En este lapso de tiempo pueden distinguirse dos períodos muy diferentes. En el primero, 1470-1486, vida y obra aparecen entre brumas en la que apenas se dibujan los contornos; en el segundo, 1486-2001, las vemos ya nítidamente dibujadas dirigiendo Gil un gran taller y con una vida acomodada.
Casó con una hija de Pedro de Alcalá,con la que tuvo dos hijas y dos hijos, uno de los cuales fue el famoso Diego de Siloe, artista que destacará fundamentalmente como arquitecto en el Renacimiento.
Su estilo es recargado, decorativista y muy minucioso, dotado de un extraordinario virtuosismo técnico.


Cartuja de Miraflores Sus obras más importantes se encuentran en la Cartuja de Miraflores. El conjunto cartujano, emplazado en la capilla mayor del monasterio, lo integran tres elementos: en el centro del presbiterio, los sepulcros de bultos yacentes, ricamente ataviados, de los reyes castellanos Juan II e Isabel de Portugal, formando ambos un único conjunto de planta estrellada de ocho puntas; adosado al muro del Evangelio, el sepulcro del infante Don Alfonso, y en la cabecera, el retablo principal.






            Sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal .
Los sepulcros reales, facturados en alabastro, que las manos del artista moldea como si estuvieran realizados en cera, reclamaron a Siloé cuatro años de trabajo, entre 1489 y 1493. Fueron un encargo de la reina Isabel la Católica, hija de los monarcas, y en ellos el virtuosismo del autor llega a extremos de difícil superación.

En el encargo de los sepulcros hubo mucho más que la intención de cumplir con un deber real y filial. Por una parte Isabel señalaba con claridad cual era el árbol genealógico correcto de la dinastía, al tiempo que olvidaba de un modo consciente a su hermanastro Enrique IV no querido; por otra, en un momento en que la aristocracia construía los más ostentosos recintos funerarios conocidos hasta entonces, pretendía que lo que se hiciera en la Cartuja fuera ejemplar como símbolo de afirmación monarquica.
La forma en planta del monumento funerario es la de una estrella de ocho puntas (intersección de un rombo y un rectángulo); por su gran superficie hubo lugar en ella para diversas imágenes, además de para las yacentes de los reyes.  Del conjunto sobresale el virtuosismo con que está trabajado el brocado del vestido real.
Las cuentas del monasterio hablan de que se emplearon 158.252 maravedises en el alabastro (traído de Cogolludo -Guadalajara- y lugares limítrofes) y que el precio del trabajo se elevó hasta 442.667 maravedises (es decir, casi las tres cuartas partes del total).
Sepulcro del Infante don Alfonso El sepulcro del infante Don Alfonso se trata de un bulto orante bajo arcosolio carpanel con intradós, con caireles calados (por desgracia, diversos destrozos han ido haciendo desaparecer gran parte del cairelado de la izquierda y todo el de la derecha; de haberse conservado se asemejaría a una celosía que dejara el fondo en penumbra) y trasdós conopial, más dos esbeltas pilastras -uno de los lugares elegidos para incorporar la iconografía religiosa- aguzadas en los extremos. La decoración marginal se impone en todo el conjunto; se ha recurrido a lo vegetal,-vid, roble, cardo, bellotas, racimos de uvas, …-, a lo animal, -caracol, conejo, águila, león, lechuza, zorro, ardillas, aves-, y a lo humano en forma de niños desnudos, putti, de tamaños y actitudes variables. ¿Motivos ornamentales ó significativos?.
La superficie limitada entre entre los dos arcos está cubierta por una profusa ornamentación que acoge, en la parte media superior, un San Miguel guerrero en lucha contra el dragón diabólico por encima del cual aparece un rostro tricéfalo. La estatua del infante don Alfonso arrodillado, en actitud orante, centra la composición. Le precede un reclinatorio cubierto por un riquísimo paño de brocado donde reposa sobre un cojín un libro abierto de oraciones. Dos aspectos llaman poderosamente la atención de los especialistas: la existencia de un brazo y mano envuelto en ropaje en actitud de cambiar las hojas del libro y que tan sólo puede verse desde una posición cenital, y la inclinación del paño que cubre el reclinatorio inclinada de una manera contraria a lo que sería lo normal.

Sepulcro del Infante don Alfonso. La reina Isabel quiso que los restos de su joven hermano hallaran adecuada sepultura también en Miraflores.
En esta ocasión, la idea del sepulcro adosado en el muro, con arco solio que cobija un amplio espacio destinado a la figura del difunto, tenía amplios antecedentes. Aunque resulta menos normal que éste se represente arrodillado en oración mirando al altar, también en esto Gil encontraba modelos.
Sin embargo, ninguno de ellos presenta un desarrollo como el del infante. En primer lugar, amplia la altura de los haces de columnillas que enmarcan el arco, así como el conopio de éste, de modo que el conjunto se extiende hacia arriba, como forma e incluyendo alguno de los temas principales.
Aunque se conserva bien en líneas generales, ha perdido parte de la decoración cairelada que cerraba parcialmente el nicho donde estaba el orante del príncipe. De haberse conservado por completo, habría creado un ámbito más cerrado en el volumen del nicho, viéndose la estatua como a través de un celaje alabastrino. Con todo está en un estado que permite darse cuenta del punto de exhibición técnica en el tratamiento de los tallos vegetales entremezclados con niños y otros elementos.
Temáticamente el sepulcro es claro y relativamente sencillo. El difunto reza mirando hacia el altar. Los elementos salvíficos básicos están estrechamente relacionados con la tradición y con las peticiones de ayuda que se repiten en numerosos testamentos contemporáneos. Así, todo culmina en la Anunciación de la zona superior, tanto normal en sepulcros burgaleses, como clara en cuanto refleja la idea de encarnación presagio de la liberación del pecado original que ata a los hombres. Entre el arco escarzano que limita el nicho y el conopial superior ornamental, queda una superficie que ocupan una cabeza triple y un san Miguel venciendo al dragón diabólico. Es posible que en lo primero se aluda a la Trinidad, a la que se recurre a la hora de la muerte y se encomienda el alma. San Miguel también es recordado entonces y su triunfo sobre el diablo es especialmente apreciado. En numerosos libros de horas algo anteriores, el oficio de difuntos se ilustra con un muerto cuya alma surge ya del cuerpo y por ella luchan un ángel y un diablo. Finalmente, los dos pilares de enmarcamiento se dividen en tres pisos de modo que en la base de cada uno hay dos apóstoles, hasta completar los doce, aunque faltan Matías y Simón; sustituidos por Pablo y Juan Bautista. Como santos protectores figuraban en el frente san Esteban y un santo dominico, hoy trasladados al sepulcro de Juan II.
La zona baja central la ocupa un gran escudo real flanqueado por ángeles, mientras en los extremos hay dos hombres armados acompañados por putti y ramas. De nuevo hay que contar con la diversidad de franjas ornamentales tan bien cinceladas como los caireles que bordean el arco solio. Sobre todo las dos amplias fajas que corren de arriba abajo en los extremos despliegan un mundo animado de figuras animales y humanas enredadas en vegetales, con puntos de semejanza con otra situada en lugar similar de la portada de San Gregorio de Valladolid. Destacados
Monasterio de Fresdelval. Otra obra sobresaliente es el sepulcro de Don Juan de Padilla, paje de la reina Isabel, fallecido en la guerra de Granada en 1491 a los veinte años de edad. Se cubre con armadura de guerrero y cota de malla aunque la rica capa de brocado que lleva dificulta su contemplación. El paje situado detrás sostiene la espada y el casco.
El sepulcro manifiesta una estrecha y directa vinculación estructural y estilística con el del infante Alfonso en la cartuja, incluso en la elección de la postura orante, ante un reclinatorio con libro abierto sobre él. Las siete estatuas (San Judas, San Juan Evangelista, San Bartolomé, …) que decoraban la parte superior del sepulcro se encuentran en el Museum of Fine Arts de Boston (tres), en el Metropolitan Museum of New York (dos) y en colecciones privadas.
Durante muchos años esta obra, encargada, hacia 1500, por su madre y por la reina Isabel, estuvo en la iglesia del Real monasterio de Nuestra Señora de Fresdelval, actualmente en ruinas, fundado por su bisabuelo Gómez Manrique. Hoy se halla en el Museo de Burgos.
Retablo Capilla de Santa Ana de la Catedral de Burgos.
Una vez ingresado en la Capilla, el visitante o el fiel es inmediatamente cautivado por el extraordinario retablo mayor, adosado al muro oriental, obra tardogótica ejecutada entre 1486 y 1492 por Gil de Siloé con la colaboración del pintor Diego de la Cruz, quien se encargó de la policromía, y dedicada a la genealogía de la Virgen a partir del personaje bíblico Jessé. Alguna estridencia del colorido obedece a una intervención del pintor Lanzuela en 1868-1870 por iniciativa del duque de Abrantes.
La mazonería se organiza a manera de tapiz desplegado en un banco o predela y un cuerpo principal de tres registros verticales bien definidos, donde se disponen doseles y pináculos delicadamente calados que cobijan las figuras, todo ello sobre un fondo en azul celeste y estrellado. En el centro del banco, bajo un doselete corrido, aparece la escena de la Resurrección de Cristo con las Marías y San Juan, flanqueada en los espacios intermedios por San Pedro y San Pablo; en los extremos, los Cuatro Evangelistas, dos a cada lado. Varias escenas se superponen en las calles laterales: el obispo Acuña, ricamente ataviado con unas galas eclesiásticas en las que Siloé dio rienda suelta a su virtuosismo detallista, junto con sus familiares y canónigos; la aparición de Cristo a San Eustaquio; el Nacimiento de la Virgen; la Presentación de la Virgen; los Desposorios de la Virgen y San José; y San Joaquín con el ángel.
En la calle central se desarrolla lo más importante del programa iconográfico: en la parte inferior está Jessé, dormido, de cuyo pecho sale el árbol que representa la genealogía de la Virgen: los brotes laterales fructifican en las figuras de los reyes de Judá, que envuelven la escena central del abrazo de San Joaquín y Santa Ana ante la Puerta Dorada, de la cual emergen unas ramas que culminan en la parte superior en la imagen sedente de María con el Niño. Se trata de una exaltación de la Inmaculada Concepción de la Virgen, al tiempo que se glorifica su estirpe real. Escoltan a la Virgen y el Niño dos figuras femeninas de regio aspecto que alegorizan el Antiguo y el Nuevo Testamento, aunque también han sido interpretadas como la Sinagoga y la Iglesia, al llevar una los ojos cubiertos por un velo y portar sus manos las Tablas de la Ley y un cetro roto, e ir la otra con los ojos desvelados y coronada con un cetro íntegro. Un Calvario exento remata el retablo en el ático, con el sol y la luna fijados en el cielo abovedado. Diversas imágenes de santos se disponen en las pilastrillas de las entrecalles, la pulsera perimetral y el ático.
La planta de la Capilla se encuentra presidida por el sepulcro exento del prelado fundador, fallecido en 1495. Es obra renacentista tallada en alabastro en 1519 por Diego de Siloé, quien la ejecutó contradiciendo al parecer las disposiciones testamentarias del finado: E porque no se si Nuestro Señor me dejará hacer mi sepultura, porque estas cosas más son viento del mismo que provecho del ánimo, mando que no hagan sino una piedra en que esté figurado mi bulto, e sea tan alto como un palmo y no más, e esto porque cuando salieren sobre mi huesa sepan do está mi cuerpo. La efigie yacente descansa sobre una cama baja cuyos flancos se ilustran con relieves de Virtudes
Diego de Siloé, hacia 1522, realizó en piedra el pequeño retablo de Santa Ana, situado a la derecha del del obispo Acuña; es de estilo renacentista-plateresco, está decorado con medallones y lo preside el grupo escultórico, policromado y situado en hornacinas, de Santa Ana, la Virgen y el Niño.
Frente al retablo mayor, adosado al muro occidental, se halla el sepulcro del arcediano Fernando Díaz de Fuentepelayo, fallecido en 1492, de estilo gótico flamígero. Asignado a Gil de Siloé por la organización de los elementos y la plástica escultórica, el monumento funerario está jalonado por dos estilizados pináculos que enmarcan un frontón decorado con los relieves de Dios Padre y la Anunciación, colocados entre doseletes calados y los gruesos remates entrecruzados de un arco conopial, sobre el que dos ángeles sostienen el escudo del enterrado. Un arcosolio de arco carpanel e intradós angrelado, con el fondo decorado por un gran relieve del Nacimiento y la Adoración de los pastores, acoge el sepulcro con bulto yacente, en el que el prelado es representado con un libro en las manos y acompañado por un paje. El frontal de la caja sepulcral está decorado con un relieve de la Epifanía.
Contiene también la Capilla de Santa Ana un cuadro de la Sagrada Familia, copiado en la primera mitad del siglo XVI de un original de Andrea del Sarto.










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