viernes, 26 de febrero de 2010

FRANCISCO PACHECO

Nació en Sanlúcar de Barrameda en la provincia de Cádiz, hijo de Juan Pérez y Leonor del Río. Se traslada a la ciudad de Sevilla antes de 1580, donde su tío, Francisco Pachecho, era canónigo de la Catedral, adoptando desde entonces el apellido Pacheco, como lanzamiento en sus primeros años en esta ciudad. Realizó su aprendizaje con el apenas conocido pintor sevillano Luis Fernández. En 1585 terminada su formación, arrendó una casa en la calle de los Limones, titulándose maestro pintor.
Contrajo matrimonio el 17 enero de 1594 con María Ruiz de Páramo, esta fecha marcó el inicio del periodo de consolidación del pintor gaditano. Sus buenas relaciones con el clero, la aristocracia y el poder real le proporcionaron una amplia clientela. También participó activamente en la defensa de los derechos profesionales de su gremio en algunas ocasiones contra el establecimiento de impuestos y en otras contra artistas de otros gremios que ocupaban competencias propias de los pintores, como es el caso del conflicto que le enfrentó con Martínez Montañés. Participó en el túmulo levantado en Sevilla para la celebración de las honras fúnebres del rey Felipe II.
Con la entrada del siglo XVII, Pacheco se consolidó como el primer pintor de la ciudad de Sevilla, aunque pronto sería eclipsado por el pintor de origen flamenco Juan de Roelas que permanecería en la ciudad entre los años 1604 y 1616. En 1610 emprendió un viaje a Madrid que le llevaría hasta octubre de 1611 y en el que hay constancia de su visita a El Escorial y Toledo, este mismo año entra en su taller como aprendiz Diego Velázquez.


Francisco Pacheco. El Juicio Final
En esta época, Pacheco acumuló cargos y títulos que incrementaron su estatus social, así recibió el título del Ayuntamiento de "veedor del oficio de la pintura" y del Tribunal de la Inquisición el de "veedor de pinturas sagradas". El periodo de declive se inicia a partir de 1626 con el auge de Francisco de Zurbarán y Francisco Herrera el Viejo.

Francisco Pachaco Desposorios Misticos de Santa Ines de 1628.


Francisco Pacheco Una dama y un caballero
Escribió un Libro de los retratos, una colección incompleta de casi setenta retratos acompañados de pequeñas semblanzas biográficas al pie de los principales ingenios de su tertulia y de otras celebridades artísticas y literarias. Los originales se conservan repartidos entre el Museo Lázaro Galdiano de Madrid y la Biblioteca del Palacio Real y fue publicado íntegro por José María Asensio en 1886. En los últimos años de su vida se dedicó a redactar un tratado artístico que tituló Arte de la Pintura, concluido en 1641 y publicado en 1649, que constituye uno de los mejores tratados artísticos del barroco español. Falleció en 1654 siendo enterrado el 27 de noviembre en la iglesia de San Miguel.
Su obra se caracteriza por un manierismo de corte académico de influencia del arte italiano y flamenco. Sigue las formas de los grandes maestros, pero representa las figuras y ropajes con una dureza estática. No evolucionó demasiado y es valorado como buen dibujante y modesto pintor. Sin embargo, dada su dedicación al estudio, análisis y explicación del arte, Pacheco influyó mucho en la iconografía de la época.
Es muy singular su pintura hagiográfica, principalmente sus frescos de la Casa de Pilatos (Sevilla), realizados en 1603, de contenido mitológico. Como historiador de arte, sus escritos son fundamentales no sólo en datos sobre tendencias, escuelas y artistas, si no también por la explicación puntual de técnicas pictóricas, especialmente por las normas sobre la policromía de esculturas.
Igualmente son de sumo interés los retratos que realizó a lápiz de los prohombres hispalenses, unos 160, que pasaron por su tertulia a lo largo de 54 años, cuyo cuaderno se encuentra en el Museo Lázaro Galdiano, de Madrid.
En el apéndice del tercero de los libros que componen El arte de la pintura, Pacheco precisa con exactitud la iconografía con la que se han de representar en pintura, los asuntos religiosos más importantes para que reflejen de forma fiel el sentido de los textos sagrados. Esta actitud muy del agrado del Santo Oficio, llevó a que le comisionaran para que vigilase la ortodoxia de las pinturas sagradas.
Mantuvo amistad con El Greco y Vicente Carducho y se declaró admirador y seguidor de Antonio da Correggio

SAN JUAN BAUTISTA
Francisco Pacheco fue un gran teórico de la pintura a principios del Barroco, sin embargo, como pintor no alcanzó una gran calidad. El óleo que ahora podemos contemplar no está entre lo mejor de su producción. Realizado en el mismo año que Santa Inés, también en el Museo del Prado, muestra un estilo que parece sacar sus figuras de maniquíes acartonados y sin vida. Sus cuadros permitían, empero, dar un completo repaso a las teorías en boga sobre la práctica pictórica, por lo que sirvieron de modelo e inspiración a grandes genios de la época, como Zurbarán o Velázquez. El cuadro estaba en la colección del deán López Cepero, reunida tras la guerra napoleónica. A él se la compró Fernando VII para el recién creado Museo del Prado, donde se encuentra desde el siglo XIX.
Santa Inés.-La virginidad está simbolizada en la corona de oro y piedras preciosas. El hecho de haber sido martirizada lo conocemos por la hoja de palma que lleva en las manos: la palma es el signo de los que han muerto bajo suplicio por Cristo. Un último símbolo lo constituye el corderito que abraza, símbolo de la pureza y del triunfo de la vida sobre la muerte. Por ello se asocia tradicionalmente a Cristo. En latín, cordero es "agnus" de donde proviene el nombre de Inés ("agnes").

Santa Inés 1608
La pintura tiene rastros del recién finalizado Manierismo sevillano, que su autor combina con la avanzadilla del Barroco. El formato es muy vertical, por lo que la santa se adecua perfectamente al espacio longitudinal. Está captada desde un punto de vista bajo, lo que le dota de cierta monumentalidad al tiempo que baja mucho la línea de horizonte. Este recurso resalta el cuerpo de la joven contra un fondo azulado de cielo y nubes.
San Sebastián atendido por Santa Irene.-Partiendo de un estilo manierista tardío, Pacheco evolucionó en sus obras gracias a un viaje por tierras de Castilla realizado en 1611, visitando Madrid, El Escorial y Toledo donde se relacionó con El Greco.

Francisco PAcheco San Sebastián atendido por Santa Irene 1616.

El contacto con obras del Renacimiento italiano provocó un avance en su pintura como observamos en esta escena, destruida durante la guerra civil española y ejecutada para una cofradía de caridad del Hospital de Alcalá de Guadaira. Pacheco presenta una composición con buenas dosis de innovación ya que combina una escena interior con otra exterior. En una habitación, tendido sobre una cama en un pronunciado escorzo, encontramos a San Sebastián, recuperándose de las heridas que le produjeron durante su martirio - que se exhibe en el fondo, enmarcado tras la ventana, siguiendo un grabado flamenco - al ser atendido por santa Irene, quien le proporciona una taza de caldo con hierbas medicinales, espantando las moscas con una ramita. El santo se lleva la mano izquierda al pecho en gesto de agradecimiento. En primer plano encontramos las ropas del santo, ejemplo del incipiente naturalismo que se empezaba a apreciar en Sevilla. Sin embargo, el estilo rígido y frío que caracteriza las obras de Pacheco en su juventud sigue presente en esta imagen, especialmente en los pliegues de los ropajes que otorgan cierto aspecto escultórico a las figuras. La perspectiva creada por la sucesión de planos y el escorzo de San Sebastián son dignos de elogio

No hay comentarios:

Publicar un comentario