viernes, 8 de enero de 2010

PEDRO CAMPAÑA

Su nombre era Pieter Kempeneer, castellanizado con motivo de su estancia hispánica.. Nacido en Bruselas en 1503, pertenecía a una familia de artistas y de humanistas. Después de iniciar estudios en su país viajó a Italia, documentándose su estancia en Bolonia (1529), con motivo de las fiestas de la coronación de Carlos V, trabajando con este motivo en uno de los arcos de triunfo que conmemoraban la visita del Emperador; estuvo también en Venecia y Roma. Esta última fue muy importante en su formación artística, pues estuvo en contacto con importantes pintores del primer manierismo romano.
En 1537 marcha a España, estableciéndose en Sevilla, donde contrae matrimonio. En 1562 regresa a su patria y trabaja en la fábrica de tapices de Bruselas hasta 1580, fecha probable de su muerte. Según su biógrafo Francisco Pacheco, dominó el dibujo y las matemáticas y fue muy diestro en la arquitectura y escultura. Conoció la Astronomía.
Su credo estético incide repetidamente en el manierismo. Se aprecian en sus obras relaciones con las de Perino del Vaga y Francesco Salviati. Dramatismo y afán de movimiento, juntamente con una clara tendencia a los contrastes de luz, son notas esenciales de su obra pictórica. Fue un buen retratista y en una colección particular de Barcelona se conserva un retrato que pudiera ser su autorretrato; ciertamente en éste se inspiró Pacheco para dibujar el que incluyó en su libro, junto con la biografía.
Entre las obras que realiza en Sevilla destaca el Descendimiento (1547) para la capilla de Luis Fernández en el convento de S. María de Gracia, de Sevilla, Para la capilla que don Fernando de Jaén poseía en la iglesia de Santa Cruz de Sevilla le fue encargado a Pedro de Campaña en 1547 un gran lienzo con el tema del Descendimiento de la Cruz.
Las figuras se insertan en una estructura piramidal. La zona baja está presidida por la Virgen María, con las manos entrelazadas y dirigiendo sus expresivos ojos al cuerpo inerte de su Hijo. A su lado encontramos a María Magdalena con el tarro de los afeites, mientras que tras ella se sitúan las santas mujeres, una consolando a María y la otra dirigiendo su mirada hacia el Salvador.
La solemne figura de Cristo preside la composición, en el momento de ser bajada de la Cruz por los santos varones que, subidos en escaleras, proceden a descender el cuerpo muerto. Un ensimismado San Juan sostiene los pies de Jesús.
La escena tiene lugar en un ambiente paisajístico, iluminado en la lejanía pero inundado con contrastes de luz y sombra en la zona del primer plano, allí donde se desarrolla la acción. La movilidad de las figuras y las expresiones de los rostros caracterizan el conjunto, creando Campaña una escena cargada de monumentalidad y dramatismo.
Murillo iba a contemplar la obra con gran frecuencia. El curioso sacristán preguntó al pintor el porqué de tan habituales visitas, contestando "que estaba esperando cuándo acababan de bajar de la Cruz a aquel Divino Señor".
El hondo patetismo de este Descendimiento es sometido a unos principios reguladores de carácter clasicista que traducen tanto la experiencia flamenca de su autor, Pedro de Campaña -nacido en Bruselas en 1503- como su aprendizaje italiano. Sin embargo, en este caso, son los efectos dramáticos, en sintonía con el papel que asume la imagen religiosa en nuestro Renacimiento, los que predominan sobre los planteamientos monumentales propios del clasicismo italiano. hoy en el Museo Fabre de Montpellier. Pintó otro Descendimiento (1555) para la capilla de Fernando de Jaén, en la antigua parroquia de S. Cruz de Sevilla (hoy en la catedral de dicha ciudad). Para la capilla que don Fernando de Jaén poseía en la iglesia de Santa Cruz de Sevilla le fue encargado a Pedro de Campaña en 1547 un gran lienzo con el tema del Descendimiento de la Cruz.

Las figuras se insertan en una estructura piramidal. La zona baja está presidida por la Virgen María, con las manos entrelazadas y dirigiendo sus expresivos ojos al cuerpo inerte de su Hijo. A su lado encontramos a María Magdalena con el tarro de los afeites, mientras que tras ella se sitúan las santas mujeres, una consolando a María y la otra dirigiendo su mirada hacia el Salvador.
La solemne figura de Cristo preside la composición, en el momento de ser bajada de la Cruz por los santos varones que, subidos en escaleras, proceden a descender el cuerpo muerto. Un ensimismado San Juan sostiene los pies de Jesús.
La escena tiene lugar en un ambiente paisajístico, iluminado en la lejanía pero inundado con contrastes de luz y sombra en la zona del primer plano, allí donde se desarrolla la acción. La movilidad de las figuras y las expresiones de los rostros caracterizan el conjunto, creando Campaña una escena cargada de monumentalidad y dramatismo.
Murillo iba a contemplar la obra con gran frecuencia. El curioso sacristán preguntó al pintor el porqué de tan habituales visitas, contestando "que estaba esperando cuándo acababan de bajar de la Cruz a aquel Divino Señor".
El hondo patetismo de este Descendimiento es sometido a unos principios reguladores de carácter clasicista que traducen tanto la experiencia flamenca de su autor, Pedro de Campaña -nacido en Bruselas en 1503- como su aprendizaje italiano. Sin embargo, en este caso, son los efectos dramáticos, en sintonía con el papel que asume la imagen religiosa en nuestro Renacimiento, los que predominan sobre los planteamientos monumentales propios del clasicismo italiano. Hay que destacar también Pablo ermitaño y S. Antonio Abad, en la iglesia de S. Isidoro.
En unión del pintor Antonio de Alfián Campaña realiza el retablo de la Purificación de la Virgen y los retratos de los Patronos, en la capilla del mariscal Diego en la catedral. El retablo mayor de la parroquia de S. Ana, Sevilla (1557), lo pinta en colaboración con varios pintores. Cuenta Pacheco que las envidias suscitadas por esta obra le produjeron tantos disgustos que se marchó a su patria (1563).
Para la catedral de Córdoba pintó un retablo en 1556. Otras obras conservadas en distintos museos, son la Virgen de la Leche (Mus. de Berlín); Descendimiento (tapiz) en el Colegio del Patriarca, Valencia; dibujos del Crucificado, en los Uffizi (Florencia) y en el Instituto Jovellanos de Gijón. Existen numerosas obras concertadas y conocidas por los repertorios documentales, que no han sido identificadas todavía.
La crítica le atribuye diversas obras, como el Tríptico del Calvario, en la iglesia de s. Bartolomé, Carmona; retablo de la iglesia de Santiago, Écija (col. particular, Barcelona); Cristo con la cruz a cuestas (col. particular, Barcelona); iglesia de Santa Ana de Sevilla. El retablo mayor de la iglesia de Santa Ana, primeramente dedicada a san Jorge, está datado en 1557. Se trata de un políptico de grandes dimensiones, con quince tablas de buen tamaño enmarcadas con doradas arquitecturas renacientes, donde consta que trabajaron varios doradores, estofadores y decoradores. La obra pictórica es de Pedro de Campaña, y el artista desarrolla allí el excelente concepto de su narrativa pictórica que ya había planteado a menor escala en el retablo Caballero. Las vidas de santa Ana y de su hija María están contadas buscando los episodios más significativos y que, a la vez, sirvan mejor plásticamente al conjunto. Destacan, porque habitualmente se destacan, el San Joaquín abandonando su casa del primer cuerpo del retablo y el Nacimiento del tercero, pero hay en el conjunto muchas pinturas que merecerían un estudio más detallado.
No ocurre así con el Nacimiento, donde ambos estímulos se mezclan muy coherentemente. La composición es muy a la italiana, aunque no he hallado una fuente precisa, ordenada en dos áreas superpuestas iluminadas por dos focos de luz. Pero coexisten los rasgos idealizados de María y José con la brusca inmediatez de los rostros de los pastores, de raigambre muy nórdica, y la concreción animal del buey y la mula. El coro superior de ángeles es de tan abigarrado movimiento que justifica en algo la consideración de prebarroco que se le ha dado a Campaña, casi siempre sin motivo. Otra apreciación merece otra tabla del mismo conjunto: el Anuncio a san Joaquín, donde el paisaje adquiere un protagonismo al margen de la historia narrada que resultaría impensable en el ambiente pictórico sevillano si no fuera un flamenco quien lo realiza. El fondo paisajístico se acentúa en Flandes con tal ímpetu a partir de fines del siglo XV, que no tarda en independizarse como género. En las fechas que esto se pintó había allí, desde tiempo atrás, landchaftmalerei (paisajistas), como denominó Durero a Patinir. Pero este paisaje resulta tan vivido, tan real, que no dudo hubo de dejar atónitos a los pintores sevillanos de su tiempo.Campaña, importante representante del manierismo europeo, poseyó una gran fuerza imaginativa y especiales dotes para componer sus cuadros (son dignos de ser recordados sus paisajes y fondos arquitectónicos). Su actividad en Sevilla supuso para los pintores de esta localidad una completa renovación. Pacheco le consideró el patriarca de la escuela sevillana del s. XVI.

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