

EBORARIA CALIFAL
En el año 1005 el Califato de Córdoba se aproxima ya, lenta pero inexorablemente, a su crisis final, que daría al traste con esa etapa de gran apogeo del Islam andalusí. De hecho, dos años antes había fallecido Almanzor, el gran caudillo amirí, sucediéndole su hijo Abd al-Malik al-Muzaffar al frente del gobierno, aunque el título de califa lo ostentaba, desde 976, Hisham II. Pero la corte cordobesa conserva en gran medida el esplendor de los días pasados y no parece reconocer los peligros que se ciernen sobre ella. Probablemente, los tiempos no estén ya para la realización de grandes construcciones, pero sí para dar muestras del refinamiento cultural, a veces exótico, al que se llegó en ella.
De lo que decimos es fiel reflejo la interesante pieza que hoy nos ocupa. Aquel año 1005 el ya mencionado Abd al-Malik (o tal vez alguien de la corte, muy próximo a él) encarga a un taller cordobés la realización de una arqueta de marfil de elefante, cuyo destino sería probablemente el de contener perfumes o ungüentos. Lo sabemos porque la propia arqueta conserva una inscrición que da cuenta de su origen.
De lo que decimos es fiel reflejo la interesante pieza que hoy nos ocupa. Aquel año 1005 el ya mencionado Abd al-Malik (o tal vez alguien de la corte, muy próximo a él) encarga a un taller cordobés la realización de una arqueta de marfil de elefante, cuyo destino sería probablemente el de contener perfumes o ungüentos. Lo sabemos porque la propia arqueta conserva una inscrición que da cuenta de su origen.

La datación de la pieza se efectúa, lógicamente, en la cronología islámica (año 395 de la hégira) que viene a corresponderse con los años 1004-1005 de la era cristiana.
Unos años después, no sabemos por qué vías (aunque es fácil suponer que como botín de una expedición cristiana) la arqueta acaba en el reino de Navarra y se conserva durante cientos de años en el Monasterio de Leyre, como relicario en el que se custodiaban los restos de las santas Nunilo y Alodia, precisamente decapitadas en época islámica, hacia 851. En el silencio del cenobio se mantuvieron las reliquias y su contenedor, aunque en el siglo XIX, con la desamortización de Mendizábal, unas y otro siguieron distinto camino. La arqueta pasó por Sangüesa, llegó al tesoro de la catedral de Pamplona y acabó en el Museo de Navarra de dicha ciudad, donde hoy se conserva.

El texto conservado en la arqueta hace también referencia a sus autores, ya que señala que “fue hecho por Faray y sus discípulos” y recoge además los nombre de esos cuatro aprendices, Misgan, Rasid, Jaid y Sa Abada; los miembros de un taller eborario que quedaron así, merced a esta pequeña joya, inmortalizados para la historia del arte. Humildes personajes, que aún se acordaron de grabar en la arqueta, como si de un conjuro se tratase, la solicitud de que se retrasara el momento supremo para su señor. ¿Qué otro momento supremo hay, además de la muerte, con el que ese señor y aquellos artesanos quedaron igualados?
La mejor descripción de esta obra de arte, curiosamente está en francés. En relación con los músicos de la arqueta de Leyre, leed este interesante artículo sobre su representación en los marfiles andalusíes.
La mejor descripción de esta obra de arte, curiosamente está en francés. En relación con los músicos de la arqueta de Leyre, leed este interesante artículo sobre su representación en los marfiles andalusíes.
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